Endeudamiento, pluriempleo y la medicalización de la angustia social
*Por Hernán Scorofitz
En los últimos meses, farmacéuticos de distintos puntos del país vienen señalando un incremento sostenido en la venta de antidepresivos. Datos preliminares aportados por referentes de la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA) confirman que, desde comienzos de 2024, las farmacias registran un aumento significativo en la dispensa de estos medicamentos, especialmente de ISRS (Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina) -antidepresivos- por sobre ansiolíticos y benzodiacepinas.
El fenómeno no se reduce a cambios clínicos o estacionales: se inscribe en un marco económico y social trazado por la política actual. Según el Instituto Interdisciplinario de Economía Política (CONICET), el salario mínimo real perdió un 32% del poder adquisitivo entre noviembre del 2023 y abril de 2025. Poniendo el microscopio en -justamente- lo “micro”, hay datos que verdaderamente pasan de ser preocupantes a alarmantes: el CEPA (Centro de Economía Política Argentina) destaca que , en base a datos oficiales, del período noviembre de 2023 hasta agosto de 2025, 19.164 empresas cerraron sus puertas (casi 30 empresas por día) y fueron dado de bajas 276.624 puestos de trabajo. En paralelo, los datos del Banco Central (BCRA) muestran una expansión acelerada del endeudamiento familiar, tanto en créditos al consumo como en financiaciones mediante tarjetas, lo que obliga a una parte creciente de la población a sumar más horas laborales o incluso recurrir al pluriempleo para sostener gastos básicos. Así, un informe del mismo Bance Central alerta que cada cliente acumula un promedio de $5,6 millones sumando los préstamos bancarios y los créditos de billeteras, comercios y financieras, mientras las tasas cuadruplican la inflación y “explota” el atraso y la morosidad en los pagos.
Aumentando el “zoom” del microscopio imaginario, comienzan a revelarse, además, fenómenos que nunca se habían presentado de esa manera y que habla a las claras de un cuadro bastante angustiante en las familias de trabajadores formales y la llamada “clase media profesional”: de acuerdo a datos brindados públicamente por la Dirección General de Tecnología de la Administración General del Poder Judicial de la Nación, se comienza a conocer que la cantidad de juicios por expensas impagas crecieron un 58% (casi un 60%) interanual durante el primer semestre del 2025. A su vez, enciende alarmas lo que podría ser interpretado como una “nota de color” en las conductas de consumo de masas -pero que no quita dramatismo-: lo más vendido del Cyber Monday de noviembre de 2025 fueron rollos de papel higiénico (seguido de artículos de limpieza y productos de primera necesidad por sobre tecnología) y el 60% de las compras fue en cuotas.
La presión material, subjetiva y temporal de esta nueva organización social del trabajo produce un aumento del malestar que encuentra su vía de descarga más inmediata en el consumo de psicofármacos. Y ahora parecería tocarle a los antidepresivos.
Once años después: de los ansiolíticos en el kirchnerismo a los antidepresivos en la era Milei
En mi artículo “La Década Insalubre”, publicado en la Revista Topía (Número 71, agosto 2014), analicé cómo durante los gobiernos kirchneristas se observó un incremento significativo del consumo de ansiolíticos, en un contexto de mayor empleo, pero también de intensificación de la precariedad y la exigencia productiva. Allí señalé que la ansiedad era el síntoma dominante de un modelo laboral donde el rendimiento se había convertido en mandato cotidiano.
Una década después, la estructura de padecimiento se ha desplazado. Los farmacéuticos reportan —y lo confirma COFA— que el crecimiento más marcado no se da hoy en los ansiolíticos sino en los antidepresivos, lo que indica un pasaje desde un malestar ligado a la hiperexigencia hacia uno asociado al desaliento, el agotamiento y la pérdida de expectativas. Un síntoma coherente con un escenario socioeconómico donde la vida se sostiene a fuerza de deuda, múltiples trabajos y caída constante de ingresos reales.
La Argentina ha virado así de una subjetividad en tensión por “cumplir” a otra sumida en el agotamiento de “ya no puedo seguir” (pero de alguna manera “hay que seguir”).
Freud y Lacan: la angustia como señal, no como falla
Desde el psicoanálisis y particularmente desde Freud y Lacan, la angustia no es un problema a erradicar sino una señal que aparece cuando el sujeto se confronta con un punto de verdad: aquello que desborda las ficciones con las que ordena su mundo (y su inconsciente). Pero en la situación actual, el circuito que va de la angustia a la consulta rápida termina desembocando en una solución exclusivamente farmacológica.
Aquello que podría operar como una interpelación subjetiva —la irrupción de lo que no cierra, la pregunta por cómo estamos viviendo— se clausura en un abordaje químico que devuelve el sufrimiento al plano individual. Lo que es -no todo pero sí en gran parte- efecto de políticas económicas y transformaciones estructurales del trabajo se reduce así a un supuesto desequilibrio del cerebro.
La medicalización, en este punto, no solo funciona como práctica clínica sino como tecnología política: obtura la posibilidad de que la angustia se transforme en un cuestionamiento, colectivo y subjetivo, de las condiciones sociales actuales.
La medicalización como política no declarada
El mercado farmacéutico argentino es uno de los pocos sectores que continúan expandiéndose aun en contexto recesivo. Los laboratorios —nacionales e internacionales— forman parte de un entramado económico afín al modelo actual, beneficiado por políticas de desregulación, apertura y reducción del poder adquisitivo, que paradójicamente incrementan el consumo de psicotrópicos.
Mientras el Estado recorta programas sociales y desfinancia la salud pública, la industria farmacéutica premia la medicalización inmediata. Si lo que se sufre es traducido rápidamente en “síntoma individual”, la salida queda encapsulada en la prescripción. Y si esa prescripción crece, crecen también los márgenes de ganancia.
En un país donde se vivencia una drástica caída de ingresos en sectores pobres y medios -y una modificación abrupta de sus hábitos en términos adaptativos- y el BCRA registra endeudamiento récord, no sorprende que la angustia social se gestione cada vez más con pastillas. Es, para ciertos actores económicos, un escenario ideal. Astronómicas ganancias para los pulpos farmacéuticos y medicinales, y una sociedad sobremedicada (o para peor, también, automedicalizada).
Conclusión: cuando el malestar colectivo se vuelve un asunto privado
El incremento del consumo de antidepresivos durante el gobierno de Milei no es un hecho aislado. Se inscribe en un entramado donde el endeudamiento, el pluriempleo y la fragilización material de la vida cotidiana se transforman en sufrimiento, y donde ese sufrimiento se trata con psicofármacos más que con políticas públicas.
Si en la “década insalubre” el síntoma era la ansiedad medicada con ansiolíticos, hoy el síntoma dominante es la depresión medicada con antidepresivos.
El mensaje silencioso del modelo es claro:
“No interpele nada. No cuestione nada. Si le duele, tómese algo y siga.”
La medicalización opera así como un modo de despolitizar el malestar. Y en esa despolitización, los laboratorios ganan, mientras la sociedad se anestesia. Y -por ahora- dormita, anestesiada.
* El autor de la columna, Lic. Hernán Scorofitz es Psicoanalista y Docente UBA. Analista y consultor en problemáticas salud mental, institucionales, políticas y laborales.













