Clínica, epidemiología y transformación psicosocial bajo un régimen de estrés estructural
*Por Hernán Scorofitz
1. Introducción: el nuevo mapa del endeudamiento argentino
Desde fines de 2023, en la Argentina se experimenta la profundización de un proceso de transformación silenciosa pero profunda en la vida cotidiana de la clase media y media baja, iniciada en años y gobiernos anteriores. Y diríamos que no “para bien”. No se trata sólo de recesión, caída del salario real o pérdida de derechos laborales, sino de una reconfiguración estructural de la forma de vivir. Los recientes indicadores oficiales del INDEC muestran un crecimiento vertiginoso del endeudamiento familiar, particularmente en familias trabajadores y también profesionales con empleos calificados: uno de cada cuatro hogares tomó préstamos en el primer semestre de 2025, el uso de tarjetas de crédito se acerca al 60%, y el recurso a ahorros o venta de pertenencias registró el nivel más alto de los últimos veinte años.
Estos datos no describen consumo suntuario, sino endeudamiento ni más ni menos que para subsistencia: alimentos, alquiler, medicamentos, transporte. Lejos del “deme dos” característico de la clase media argentina.
Paralelamente, crece el pluriempleo calificado: profesionales universitarios que, pese a su formación, necesitan dos o tres trabajos simultáneos para alcanzar un ingreso apenas suficiente. Subsistencia, y quizás alguito más (cenar afuera muy de vez en cuando, alguna “escapada” un fin de semana largo).
Esta doble pinza —más horas de trabajo y más deuda— no sólo genera malestar económico, sino un impacto masivo en la salud mental y física de la población. Y, de manera más profunda, produce un nuevo tipo de subjetividad, adaptada a la precariedad permanente.
2. Del consumo al endeudamiento de subsistencia: mutación del modo de vida
La comparación histórica es contundente. En la Argentina de la crisis del 2001, el crédito se utilizaba principalmente para bienes durables: cambiar el auto, reparar la casa, comprar un electrodoméstico. Hoy, según el INDEC, la función del crédito se invirtió: se usa para comer. La vara de la clase media no solamente ha bajado de sobremanera, permanece en el segundo subsuelo.
Esto redefine la economía doméstica. La tarjeta de crédito —antes símbolo de ascenso— se convirtió en un salvavidas financiero para la supervivencia mensual. El endeudamiento ya no es un proyecto de vida sino una tecnología de emergencia. El hogar argentino promedio vive del “debe” del mes siguiente; la comida de hoy es la deuda de mañana. La vida del trabajador y profesional de la clase media de este país pende de un Excel mental en el día a día y hora a hora para calcular cada gasto y cada deuda nueva, imprescindible para poder planificar la existencia más elemental con cierta previsibilidad. Tan fundamental como a la vez estresante. Y cada vez más naturalizado.
Se trata -justamente- de una naturalización colectiva de la fragilidad, donde el futuro aparece hipotecado estructuralmente. E inevitablemente.
3. Pluriempleo calificado y reconversión subjetiva
El otro fenómeno crítico -a la par del endeudamiento naturalizado- es el pluriempleo profesional. Médicos, psicólogos, docentes universitarios, programadores, diseñadores, abogados y trabajadores del conocimiento combinan varios trabajos mal remunerados -o bastante peor remunerados que en las últimas décadas- para lograr lo que, hace no muchos años, uno solo alcanzaba a cubrir.
Esta multiplicación de actividades fragmenta el tiempo, disuelve el descanso y genera un estado de alerta permanente que se vuelve norma y -peligrosamente- muchas veces no es registrado por el sujeto. No sólo se trabaja más: se trabaja sin pausa, con múltiples identidades laborales superpuestas, sin continuidad ni estabilidad. Las fronteras entre el trabajo y la vida privada —ya debilitadas— se evaporan por completo. Y para colmo de males, los proyectos oficialistas de reformas laborales anunciados en el escenario postelectoral, lejos de atenuar este fenómeno, parecerían orientarse a profundizarlo y a imponerlo como ley, y como Ley.
La subjetividad del trabajador calificado deja de organizarse alrededor del desarrollo profesional para reordenarse en torno a la supervivencia económica. Es la más plena proletarización del profesional y del sujeto de la clase media. Lo que antes se pensaba en términos de carrera, hoy se piensa en términos de disponibilidad y agotamiento.
4. Epidemiología del estrés social: cuerpos que hablan
El impacto sanitario es inmediato y medible. En los últimos dos años se registra:
• incremento de las consultas por trastornos de ansiedad y angustia,
• prescripciones masivas de ansiolíticos y antidepresivos, muchos autoindicados,
• aumento de síntomas psicosomáticos como gastritis, dermatitis, psoriasis, migrañas crónicas,
• aparición de arritmias, hipertensión, crisis vasovagales,
• y señales preocupantes en indicadores de riesgo suicida.
La epidemiología confirma lo que la clínica escucha todos los días: el país vive un régimen de estrés estructural, que combina exceso de trabajo, deudas crecientes, incertidumbre permanente y falta de horizonte.
No hay cuerpo que resista de forma indefinida esa presión sin manifestar algún síntoma. Pero lo decisivo no es sólo lo que se enferma, sino cómo se sostiene el sujeto sin enfermarse más.
5. Dejours y Milgram: defensas colectivas, obediencia difusa y el “aguante” argentino
Para comprender esta paradoja —la población más estresada que nunca, pero sin colapsos masivos inmediatos— es necesario mirar la dimensión subjetiva del malestar.
El psiquiatra y psicoanalista francés Christophe Dejours, en su psicodinámica del trabajo, mostró que los trabajadores desarrollan estrategias defensivas para soportar condiciones dañinas: normalizan el exceso, resignifican el sufrimiento, convierten la autoexplotación en virtud. En la clase media profesional argentina, estas defensas adoptan hoy una forma nítida: la normalización del pluriempleo y del endeudamiento crónico como signos de “responsabilidad adulta”. Un dejo de resignación de clase y de resistencia a la resistencia (o a la rebelión) en nombre de un “principio de realidad”, más de subordinación a la adversidad que al referido por Freud como opositor al “principio de placer”.
Se trabaja más, se vive peor, pero se sostiene un relato justificatorio: “es temporal”, “ya va a repuntar”, “hay que poner el hombro”. Esta defensa estabiliza, pero al costo de una erosión silenciosa del cuerpo y la subjetividad.
Aquí resulta esclarecedor el clásico Experimento Milgram, conducido en los años 60 por Stanley Milgram para estudiar la obediencia a la autoridad. Su hallazgo fue que sujetos ordinarios podían sostener acciones opuestas a su sensibilidad ética siempre que existiera un marco legitimador que ordenara continuar.
La Argentina actual funciona como una especie de experimento psicosocial sin laboratorio: no hay órdenes explícitas, pero sí una autoridad difusa —la moral del mérito, la idea del “aguante”, la normalización del sacrificio— que impulsa a millones a aceptar -por ahora- deterioros profundos como si fueran inevitables.
Como en Milgram, la cuestión ya no es sólo por qué se obedece, sino hasta dónde puede aguantar un sujeto antes de “explotar”. Aclarando que hablamos de “explosión” en términos sociales y colectivos, porque las “explosiones” individuales se vivencian día a día en centenares de guardias médicas y psiquiátricas, como lo señalamos líneas arriba. Efectivamente, si bien esta obediencia difusa y esta defensa colectiva permiten sobrevivir, a la vez aumentan exponencialmente el riesgo de un estallido físico o psíquico ya más presente que futuro.
6. Conclusión: hacia una clínica del agotamiento social
La naturalización del pluriempleo, del endeudamiento para la comida y las necesidades familiares más básicas, del estrés sostenido y del consumo extendido de psicofármacos no es sólo un problema económico ni sólo un problema clínico. Es un problema social y subjetivo de gran escala que exige abordajes integrales. Todo terreno: en el plano político, clínico, social, epidemiológico, comunitario.
Reconocer este fenómeno es el primer paso para intervenirlo. Porque no se trata de “resistir” o “aguantar” más, sino de recuperar las condiciones materiales, sociales y simbólicas para que la vida deje de ser un experimento involuntario de tolerancia al daño y vuelva a ser un proyecto posible. La pregunta ya no es “¿cuándo va a explotar esto?” sino “¿por qué esto todavía no explota?”.
* El autor de la columna, Lic. Hernán Scorofitz es Psicoanalista y Docente UBA. Analista y consultor en problemáticas salud mental, institucionales, políticas y laborales.













