Víctor da Vila es codirector de Opinión Mendoza.
La política argentina no deja de producir escenas que, por su tono grotesco, parecen más un sketch que un ejercicio de gobierno. La última postal llegó con el video en el que Javier Milei le entrega a Donald Trump un tuit impreso para que el presidente norteamericano se lo vuelva a entregar como si fuese un obsequio personal. El gesto, lejos de la espontaneidad, se inscribe en la lógica de una política-espectáculo donde la puesta en escena ya no disimula, ni lo grotesco es cuidado.
Pero más allá del ridículo, lo central no está en la escena, sino en lo que oculta: el «rescate» norteamericano a Milei, presentado como un espaldarazo financiero, no es otra cosa que oxígeno momentáneo para llegar a las elecciones de medio término con un tipo de cambio relativamente contenido. El endeudamiento no tiene como fin reactivar la economía, ni fortalecer la inversión productiva; se destina a financiar la fuga de capitales que ya está en curso. La baja coyuntural del dólar responde, entonces, no a un éxito de gestión, sino a la necesidad de proteger los activos de los grandes grupos concentrados frente a un eventual estallido cambiario.
La paradoja se vuelve aún más evidente cuando el gobierno libertario desempolva una regulación de la era kirchnerista: la que impide a quienes compren dólares oficiales intervenir en los dólares financieros, como el MEP. La medida, que completa el cuadro, desnuda la inconsistencia del discurso sobre el “dólar libre”. Si existen restricciones, bandas y techos, el dólar no es libre; está preso de un precio artificial impuesto por la administración nacional, tanto en su piso como en su techo.
La confesión más clara de esta farsa se dio en la intervención del Banco Central, obligado a vender fuerte para contener la disparada que llevó la cotización a rozar los 1.500 pesos por dólar. Regulaciones, restricciones y controles “kukas”, en palabras del propio Milei, hoy son aplicados por Caputo y por el mismo presidente que prometía dinamitar toda forma de intervención estatal.
La verborragia discursiva ahora explota en sus contradicciones. Un liberal quiere un estado que intervenga lo menos posible pero que exista para garantizar la libertad, una paradoja pero también una doctrina política.
Por contrapartida un anarco capitalista sencillamente desprecia la presencia del estado, pero sin cuestionar la estructura económica y de producción de la sociedad, como sí lo hacían los anarquistas que dejaron sus vidas enfrentando el facismo en las trincheras de Madrid, cataluña y media europa. Ya no una contradicción, si no una utopía y reaccionaria.
¡Todos comunistas!
Claro está: estas medidas coercitivas se aplican con rigor sobre el ciudadano común, no sobre los sectores concentrados. Mientras los exportadores de commodities agotaron cupos para esquivar retenciones, ya está pactada la liberación del cepo hacia fin de año para que las grandes compañías giren utilidades sin trabas. El préstamo bendecido por Trump, lejos de rescatar a la Argentina, busca asegurar que Milei llegue a las elecciones sin un estallido cambiario y, sobre todo, que los capitales concentrados puedan fugarse sin sufrir una devaluación caótica.
Es para preocuparse por el fuerte freno del consumo, un 55-60% de la capacidad industrial del país ociosa, salarios deprimidos, al tiempo que crece el desempleo y el trabajo precario. Con estos elementos y una devaluación marcada, como la que se comienza a insinuar para fines de año, desarrollaria un cuadro de características estanflacionarias lo que es lo mismo que decir: recesión con inflación.
La ironía es brutal: el “mejor presidente de la historia”, como gusta definirse Javier Milei, aún no alcanzó la mitad de su mandato y ya necesita de una escupidera prestada para poder atravesar las elecciones legislativas. La promesa de la libertad económica terminó en un esquema de regulaciones recicladas, endeudamiento externo y protección a los de siempre. La épica del cambio se deshace en la confesión más antigua de la política argentina: el Estado puede ser demonizado en los discursos, pero se lo invoca con urgencia cuando la fuga de capitales amenaza con vaciar el poder.













