Lucas Inostroza, analista y consultor político en Opinión Mendoza

La derrota de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires volvió a poner en discusión un tema clásico del análisis electoral: ¿son las crisis económicas las que definen el voto o pesan más los errores políticos y comunicacionales?
Las últimas elecciones en Argentina -y en gran parte de la región- no se explican únicamente por la economía, sino por la lógica propia de la política y la comunicación. En ese marco, una serie de fallas erosionaron la imagen del oficialismo en los últimos meses: el escándalo de los medicamentos destinados a personas con discapacidad, las escenas de candidatos huyendo desesperados en plena campaña y actos improvisados en barrios populares que terminaron en insultos racistas hacia vecinos. Estos gestos, más que las variables macroeconómicas, son los que quitan votos en cantidades descomunales.
A su vez, el desplazamiento de Santiago Caputo como principal estratega marcó un quiebre central. Caputo -formado en la disciplina del marketing político moderno- había logrado que Javier Milei ganará en provincias donde nunca había pisado. Su reemplazo por figuras sin la misma preparación significó retroceder décadas en términos de profesionalización de campañas.
En contraposición, el peronismo sí entendió el valor de la comunicación en este escenario. Aunque atravesado por tensiones internas -desde las críticas de Cristina Kirchner a la decisión de Axel Kicillof de adelantar la elección hasta los reclamos de Máximo Kirchner por la distribución de obras-, proyectó hacia afuera una narrativa unificada: mostrarse como bloque opositor capaz de frenar a Milei. Esa unidad forzada no ocultó las diferencias, pero funcionó como mensaje. Kicillof terminó siendo la cara de una victoria provincial que, paradójicamente, se transformó en triunfo nacional para el peronismo, dado que el propio Milei había intentado nacionalizar la elección. El oficialismo perdió el control del relato y la oposición supo ocupar ese vacío.
El desafío hacia adelante será doble: por un lado, el oficialismo deberá recuperar la narrativa que alguna vez conectó con millones de argentinos -la lucha contra «la casta»– y que sirvió para legitimar un plan económico de ajuste. Por otro lado, tendrá que evitar que el peronismo se consolide como el único canal de expresión del descontento social. Lo ocurrido en Buenos Aires no es solo una derrota electoral, sino un recordatorio de que en política los relatos, las emociones y la coherencia estratégica pesan más que cualquier ecuación económica. Si el gobierno insiste en subestimar ese terreno, la oposición seguirá encontrando allí la oportunidad de proyectarse como alternativa.











